viernes, 19 de noviembre de 2010

La Ciudadanía Humana, Parte II, página 59

       Democracia sin guerra, suficiente ánimo o sentimiento
 
La unidad humana siempre ha sido perseguida por grandes hombres para la paz, o... por grandes malvados para el dominio y sometimiento de la mayoría humana. Al respecto y para la paz, Charles Irene Castel (1658-1743), más conocido como el abate de Saint Pierre escribió en 1713, con motivo a las negociaciones de Utrecht (guerra de sucesión española), una importante obra titulada "Proyecto de Paz Perpetua" (Project de Paix Perpétuelle, en francés), extenso trabajo que posiblemente habría quedado perdido si Rousseau no hubiera escrito un resumen del mismo en su obra "Extracto del Proyecto de Paz Perpetua del señor Abate de Saint-Pierre". Donde se dice: "...admiremos tan bello proyecto, pero consolémonos de no ver cómo se lleva a cabo, pues no se puede hacer más que por medios violentos y terribles para la Humanidad".
 
Así, y al margen del trabajo de construir el orden político universal "por medios violentos y terribles para la Humanidad", compartir adecuadamente estos nuevos derechos democráticos "no vinculantes al poder político" permite alejarnos de las armas y, totalmente pacíficos y legales, hacer sencillo el entendimiento que otorga conciencia y firmeza a toda ciudadanía. Para ello es necesario saber que existe un Documento Internacional de palabras directas y pocas páginas que en el año 1976 obtuvo vigencia universal a través de la Organización de Naciones Unidas. Texto que no sólo representa la base ideal para nuestra ciudadanía humana, también son cimientos legales de todas las libertades democráticas públicas. Nos referimos o encontramos así ante la Carta Internacional de los Derechos Humanos (Carta IDH), que establece los derechos básicos que tenemos todas las mujeres y hombres de la Tierra. Todo individuo que conozca este triple documento planetario comprenderá mejor al círculo Humano donde vive y a toda la diversidad ciudadana donde convive. La Carta IDH está formada por tres documentos que, desde la legalidad mundial, son las mayores certezas del conocimiento ciudadano:

Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.

Cuando pensamos estos tres Documentos se puede percibir una cierta lejanía de la realidad, ya que los Derechos establecidos no son accesibles, en la realidad práctica, a la mayoría de los humanos. Abundando o siendo constantes las violaciones de los Derechos Humanos en muchas zonas o países del mundo. Aún así es la máxima legalidad y la referencia teórica y fundamental para comprometernos a la mejor interpretación humano a nuestro alcance democrático. Sin la Carta IDH no habría fundamento para desplegar teóricamente la ciudadanía humana. Podemos, con nuestra antigua cualidad ateniense (amor a las leyes), mirar detenidamente las transformaciones contemporáneas y las normas fundamentales que nos rigen mundialmente (Carta IDH) como un manual de instrucciones para construir una sociedad mundial con derecho al voto no vinculante, pero inteligente o con capacidad de acceso directo a la conciencia colectiva de la Humanidad.
 
Hay tres modelos de ciudadanía: liberal, republicana y comunitaria. De los primeros derechos ciudadanos, los civiles (siglo XVIII), se pasó a los derechos políticos (siglo XIX) y finalmente a los derechos sociales (siglo XX). Pero no existe una teoría cerrada de la ciudadanía y el debate al respecto continúa en el siglo XXI. Por ejemplo con la llamada "ciudadanía pasiva", donde existen más derechos que obligaciones; indicando que no se puede obligar al ciudadano a tener una vida pública activa pues se le privaría de bastante libertad, por lo que es un concepto que goza de grandes apoyos. Así en pocos países democráticos es obligatorio votar, por ejemplo.
 
Ahora entramos de lleno en la "ciudadanía vinculante al poder público", tanto en la que se ejerce como en la que se debate. Donde es invalorable el trabajo de autores como T.H. Marshall (modelo liberal de ciudadanía), Habermas (ciudadanía republicana) y Taylor o Kymlicka (ciudadanía comunitaria). En 1997 llegó una buena obra a las librerías: "Ciudadanos del Mundo" (Adela Cortina, Alianza, Madrid). Más tarde, en 1999, Martha Nussbaum publicó su libro "Los límites del patriotismo: identidad, pertenencia y ciudadanía mundial", desatando otro debate con la unión de dos conceptos: "ciudadanía" y "humanidad" (ciudadanía cosmopolita). El término cosmopolita no es un concepto cerrado o tiene varios significados, puede referirse a la persona que considera a todo el mundo como su patria, también lo que es común a todas las naciones.
 
Decía Kant (1724-1804) que era indispensable educar en el cosmopolitismo y esta obra intentará mostrar que el concepto cosmopolita no sólo cubre el ámbito humano. El cosmopolitismo aquí aparece como un lado de la espiral del ser civilizado donde los niveles democráticos carecen de fronteras artificiales porque los límites biológicos o astronómicos son contundentes, son los niveles humano, planetario y universal (y otros posibles e intermedios entre ellos). Parecía difícil definir teoría porque actualmente la ciudadanía, en este puente entre milenios, cosmopolita o no, debatía y se debate a través de un replanteo internacional y análisis académico, pero en escenario cerrado y teórico del Estado de Derecho. Sin embargo, ahora estamos ante una invitación para pensar en "otro lugar" más allá de la política vinculante, abriendo pequeña senda desde la Humanidad estudiada (no desde la estudiante), pero posible a través de la espiral civilizada (símbolo de las ciudadanías dentro de un mismo individuo: la municipal, la autonómica, la soberana y ahora la humana, donde en cada curva aparece una nueva ciudadanía sin necesidad de desatarse de la/s otra/s).
 
La mentalidad general de todos los humanos democráticos, a través de la opinión votada y de las especializadas, pueden producir, pacífica y legalmente, beneficios para todos los individuos libres de la Tierra. Los humanos podemos traducirnos a una ciudadanía posible y pacífica, abriendo iniciativa general desde la parte humana y racional que existe en todos nosotros, donde todos tenemos derecho a convocar si hay fundamento o Estatutos adecuados para asociarnos mundialmente. Cuando no hay normas en una relación colectiva importante hay que convocarlas. Este libro convoca con humildad pero sin complejos, ofreciendo unos Estatutos Fundacionales que son comentados artículo por artículo y propuestos a votación uno a uno. No se trata de elegir un paquete de normas, porque es necesario reflejar fielmente la opinión general humana. Son 71 artículos, por lo tanto 71 votos, apareciendo el concepto justificado del "Cuaderno de Votos".

Porque resulta lógico suponer que prácticamente casi todos los humanos, a estas alturas del siglo XXI, podemos sentir comunión interna con la Humanidad. Aunque tiene un lado difícil, pues nuestro pensamiento crece dentro de un individuo mortal, quedando nuestro razonamiento más cerca del entendimiento de la realidad individual que de la colectiva, expuestos al temible individualismo. Pero hay pensamientos que pueden abrirnos instantes periódicos para sentir plenamente nuestra colectividad humana. No es necesario que siempre nos sintamos como colectivos, sólo lo suficiente para el equilibrio adecuado. Podemos reservarnos unas horas semestrales para pensar como humanos y votar como Humanidad. Porque ser humano es real, las ciencias lo certifican. El problema suele surgir cuando queremos saber más que las ciencias sobre lo que hay "detrás" de la Vida, lo indemostrable donde cada uno tiene derecho a imaginar o creer lo que quiera, sea ateísmo, religión o agnosticismo.
 
Entre tanto misterio queda mucho que hacer o civilizar con razonamientos y lógicas. Por ejemplo saber cómo somos y qué queremos como conjunto de humanos. Debe quedar claro desde el principio por muy repetitivo que aparezca: no es necesaria la soberanía humana, regla de oro que facilitará el voto mundial. Con este modelo de ciudadanía humana seguirán existiendo los ricos y habrá competitividad empresarial o económica, pero será mucho más benéfico para el conjunto y la pobreza letal irá desapareciendo al aplicar mejores lógicas. De igual manera, en este planteamiento teórico, seguirán existiendo las mismas naciones. Además la ciudadanía humana, aún sin poder asegurar la Paz, se convertiría en uno de sus mejores referentes a nivel mundial.
 
Es inevitable recurrir a la política internacional cuando queremos plantear una ciudadanía humana por muy desvinculado que quede su voto ante el poder público. Porque no podemos negarle a la CH una de sus virtudes, convertirse en el máximo y verdadero exponente de la opinión pública humana, y ésta ha sido y es una pieza fundamental de las relaciones internacionales entre los Estados y el orden mundial. Si acudimos a resúmenes inteligentes de la disciplina académica denominada "política internacional" observaremos que muchos especialista la dividen en dos: la realista y la utópica, ambas como en un matrimonio casi siempre mal avenido (poder y moralidad) que ha ido dirigiendo al mundo mientras en este matrimonio mundial predominaba uno o la otra.
 
Precisamente uno de los ensayos que abrió la puerta académica para convertir a la política internacional en disciplina académica fue escrito por Edward H. Carr, diplomático y pensador conocido como el "realista utópico". El ensayo en cuestión es un referente mundial de esta disciplina (con permiso de Hans J. Morgenthau). se titula "La crisis de los veinte años, 1919-1939". Publicado, curiosamente, en los mismos días del inicio de la II Guerra Mundial. Para hacernos una idea mejor de las Relaciones Internacionales retrocedamos en la Historia y resumamos. Los pensadores realistas del Renacimiento europeo desterraron la ética (en este caso religiosa), que gobernaba a la política, y la condenó a ser servidora de la política, pasó de servida a sirviente. El paso del poder de la Iglesia al Estado comenzaba a nacer. Así surgió la semilla del "derecho natural" como último recurso de la razón humana, y Dios pasó a un segundo plano. Las leyes morales podían ser descubiertas por la ciencia al estudiar e interpretar a la Naturaleza. Esta nueva buena fue lanzada hasta llegar a los filósofos ilustrados y muchos aristocráticos intelectuales de la época.
 
¿Qué vino después en esta evolución ética y política?. Pues vino la felicidad (teórica, no práctica), cuando Jeremy Bentham (1748-1832) lanzó una consigna absoluta: "la mayor felicidad para el mayor número". Esta afirmación lo cambió todo y pasó a ser la interpretación correcta de la ley natural desde la política internacional democrática. Y el utopismo comenzó a asentarse entre los dirigentes de la política internacional. Pero no lo explicaba todo, porque ¿dónde residía la felicidad?. En cualquier caso perduró el sentido democrático y el racionalismo benthamita estableció la creencia en una conducta correcta por medio de la razón y elevó, como hemos visto, a la opinión pública como Tribunal o Magistratura. opinión formada por todos los miembros de la comunidad.... Y ya no podemos seguir sin tener claro qué es la opinión pública.
 
En principio y bajo lógica radical opinión pública es cualquier opinión que se da en un espacio público. Sin embargo el significado histórico comenzó muy lejos de la lógica, tanto que la opinión pública pasó a ser de real a estipulada, o pronosticada, como se hace con los pronósticos del tiempo meteorológico. La opinión pública nació real pero muy restringida, sólo para los gobernantes (y sus oposiciones, cuando las había). En las polis griegas era la opinión de los ricos, es decir, en realidad una mínima, muy mínima, parte de lo público. Con haber dicho "la opinión de los ciudadanos ricos" hubiera sido más correcto. Porque en la sociedad pública de las polis había más grupos de opiniones, no sólo la de las mujeres o esclavos (la opinión de las mujeres de los ricos también era importante aún sin oficialidad), también del resto de hombres o ciudadanos no ricos tenían opinión.
 
De hecho muchos historiadores argumentan, o la Historia puede ofrecer este prisma, que la democracia nació del encuentro social de dos opiniones públicas, la de los ricos y la de la clase media, y ocurrió entre los ciudadanos de Atenas. Fue posible porque la, hasta entonces y escasa, clase media ateniense, que se multiplicó ante el progreso económico de la ciudad. Tanto que la mano de obra fue superada por la demanda y hubo que recurrir a más esclavos o extranjeros artesanos o agricultores (también acudieron extranjeros ricos para invertir en la ciudad). De hecho en la Atenas democrática, por ejemplo con Pericles, podemos observar una evolución de las leyes de extranjería que gozaron de más derechos que otras civilizaciones de la época (aunque los extranjeros no podían votar para gobierno o asuntos públicos). Así la opinión pública pasó a ser de la opinión de los ricos a la de todos aquellos que podían participar en las decisiones públicas, los ciudadanos y el estado o medio material era la Ekklesia y sus normas de votaciones.
 
La Atenas democrática murió, históricamente, muy joven. Pero la Historia casi volvió a repetirse con la República de Roma (con los Patricios como clase rica y la Plebe como clase media pujante). Después, en el Imperio Romano, más tarde durante la Edad Media y después, con los reyes absolutistas, la opinión pública era la opinión del hombre elegido por Dios para gobernar (Rey o Papa), al menos la única que podía gobernar. No obstante los reyes tenían "chivatos" en su propia Corte para saber qué comentarios y cuáles opiniones mayoritarias se movían; y en las Cortes extranjeras tenían espías con la mismas funciones: informar de los rumores y opiniones mayoritarias del momento. Hasta algunos reyes tuvieron la "gentileza" de querer estar bien informados de los rumores y opiniones del pueblo llano. Surgieron tesis para gobernar, donde tener en cuenta las opiniones mayoritarias de la Corte no parecía mala norma. Y las antitesis, pues desatando rumores falsos se podía manipular la opinión pública de la Corte... y del Pueblo.
 
El problema surgió cuando la Corte se distanció de la realidad social. Es decir, cuando aparecieron los primeros y grandes ricos que no tenían títulos aristocráticos en sus nacimientos (aunque muchos los compraban después). La riqueza tradicional de condes, duques y marqueses era despreocupada y, si se pasaban con los gastos, simplemente subían los impuestos entre sus súbditos (aunque ello supusiera hambre para el pueblo, que era frecuente). Los nuevos ricos que aparecieron con la Ilustración cambiaron radicalmente el panorama y competir económicamente pasó a ser la regla de oro en los campos y en las, cada vez más numerosas, e importantes ciudades. Esta burguesía alta y media aparecida junto a una economía trepidante y muy competitiva comenzó a dejar sin fortuna a parte de la aristocracia (por ejemplo a la francesa). La mayoría del Pueblo fue exprimido hasta límites insostenibles para compensar las pérdidas; y ello fue aprovechado por las sociedades secretas de la burguesía francesa para desatar la famosa Revolución Francesa, arrebatando el poder a los aristocráticos y a los reinos absolutistas.
 
La opinión pública comenzó a ser traducida como la opinión de la mayoría de los ciudadanos dentro de una democracia. Y a ser estudiada académicamente en el transcurso de la intelectualidad mundial, primero con "capital" en Francia y después en Inglaterra con la Revolución Industrial. Los pensadores del siglo XIX fueron benéficos para la evolución de la opinión pública. De "gobernar con razón a Dios" se pasó a "gobernar con razón a la opinión pública". La democracia iba a instalarse en los países más desarrollados para no irse (aunque en algunos se fue y volvió, como en España, Italia o Alemania). Hasta que, a inicios del siglo XX la opinión pública cambió drásticamente y pasó de ser "la opinión de hombres educados e ilustrados" a despreciarse como "la opinión de las masas", condenadas por psicólogos y nuevos sociólogos, incluso economistas como John Stuart Mill (1806-1873) avisó de los peligros de la "tiranía de la mayoría".
 
La opinión pública, como referencia a la evolución del pensamiento político y ético, fue descartada de la locomotora social y relegada a los furgones de cola. Pero, curiosamente, en las décadas veinte y treinta del siglo XX otra vez volvió la "utopía" de "la mayor felicidad para el mayor número". Quizás por el desgarro profundo que causó la I Guerra Mundial, el pensamiento en política internacional y democrática volvió a ser guiado por la opinión pública. Y volvió a modernizarse el concepto con una nueva oleada de idealismo (un mundo mejor) y utopismo (acabar con las guerras), todo ello simbolizado en la Sociedad de Naciones (organismo similar a las Naciones Unidas antes de la IIGM). Por ello el fracaso de la Sociedad de Naciones cuando se desató la IIGM supuso también el cambio de la política internacional resultante tras la segunda gran guerra.
 
Desde entonces la opinión pública es un gran campo de actuación para las empresas (públicas y privadas) de la información o del periodismo. De ahí que la prensa pasara a ser llamada "el Cuarto Poder" del Estado. Pero a partir de la segunda mitad del siglo pasado la sociología ha establecido competencia con la Prensa por el Cuarto Poder, aunque suelen aliarse, y poderosas corporaciones de la Información también tienen acceso, con nóminas o subcontratas, a los sociólogos y sus estudios. Pero volvamos al ensayo de Carr porque en él se contempla claramente la preocupación central de las Relaciones Internacionales: el cambio pacífico como orden mundial. Por esto Carr era utopista, además de defender económicamente el pleno empleo y la justicia e igualdad sociales, pero como en la práctica se hacía necesario un equilibrio de las fuerzas de los Estados, también era realista. Todo un dilema.
 
Obviamente la Ciudadanía Humana, de surgir, se convertiría en la titular de la opinión pública de la sociedad civil internacional, si entendemos éstas como el conjunto de ciudadanos libres, no como conjunto de los Estados del mundo. Más concretamente se convertiría en la opinión pública de los humanos democráticos, de la Humanidad Libre. La residencia de la conciencia común humana, a la que deberían referencia los poderes políticos, y donde hallar las soluciones a nuestras debilidades. Alguien puede pensar que si la mayoría de los humanos libres son de escaso conocimiento y, por lo tanto, su opinión general y pública, también lo será. Pero no es un problema estructural, sino pasajero, si la mayoría son incultos pues se les culturiza y asunto arreglado. No nos queda otra para optar por la mejor evolución que nos aguarda: la generalidad humana en libertad ha de convertirse en la más inteligente a nuestro alcance. Una mente general capaz de pronunciar no sólo la opinión pública de la Humanidad, también las de todas las disciplinas de los conocimientos públicos.

Así el objetivo claro de este libro es la voz general humana, democrática y pacífica, que cuanto mejor preguntada democráticamente: mejores respuestas dará ante las amenazas a la vida Humana. Es muy importante lo tratado por este libro, al margen de su calidad, porque trata de la voz general humana. Una visión e intento democrático hacia el libre albedrío mental de la Humanidad. No requerimos pues una trasformación utópica de las sociedades para dar un paso o curva más en la espiral civilizada. Un mismo ciudadano vota para las municipales, más tarde para las autonómicas y después para las generales, siendo totalmente cuerdo y lógico. El ciudadano es y ejerce entre varias sociedades entrelazadas democráticamente en un mismo individuo con opiniones, puntos de vista, sentimientos y conocimientos; gozando de personalidad compleja, al igual que toda sociedad plural. Incluso en el actual debate histórico del Estado neoliberal como cuerpo político y en sus relaciones mutuas ("ius gentium" o derecho de gentes). Destacar es que la CH no busca ser nación, ni nación de naciones, es más, requiere ejercerse al margen de los Estados, pero necesita a todas las soberanías democráticas. Por ello no se opone a los actuales Estados de Derecho o los defiende como verdaderos cimientos del camino en espiral hacia la Democracia General Humana.
 
Por otro lado y en nuestra ciudadanía humana no existe el ánimo de señalar a grupos menores de humanos y llamarlos: científicos, religiosos, ateos, agnósticos, académicos, analfabetos, democráticos de derecha, democráticos de izquierdas y así con todos los grupos menores y potenciales del conjunto que tratamos. Porque la perspectiva central se sitúa en el interés general, donde más acertada y verdaderamente no existen los científicos, sino nuestra parte científica; no existen los religiosos, sino nuestra parte religiosa, no existen los analfabetos, sino nuestra parte analfabeta o la parte analfabeta de nosotros, la Humanidad; y así sucesivamente. La ciudadanía humana no se basa en la empatía (ponerse en lugar del otro), sino ponerse en lugar de uno mismo, desde la parte de Humanidad que todos los humanos llevamos o nos pertenece.
 
No son otros los que sufren pobreza extrema y miseria letal, siendo nosotros, en nuestra generalidad, quienes la padecemos y donde morimos por millones todos los años y, tristemente, pudiéndose evitar. También somos los que vamos en yates, aviones de lujo o transbordadores espaciales. Apareciendo la inevitable contradicción que crea la Humanidad entre todas las colectividades públicas que forma; parte de la "insociable sociabilidad" (ungeseluge geselligkeit) que llamaría Kant. Aún así esta obra intentará mostrar que el amor o la generosidad hacia terceros no es el único enfoque lógico, también lo es el amor propio de la Humanidad hacia ella misma. Por ello esta convocatoria pretenderá conocer a su respectiva ciudadanía general; no decir qué es lo mejor para ella, sino procurar saber cómo es ella, quiénes somos como Humanidad Democrática. Seamos de una u otra manera general es un conocimiento posterior al que no podremos acceder sin adecuados y previos mecanismos de funcionamiento democrático. En estos buscados, trabajados y esperados escrutinios veremos quiénes somos y qué queremos.
 
Aquí tenemos el apoyo suficiente para la estructura que sujete a la comunidad civilizada y libre que pretendemos formar. Sin olvidar que somos también seres individuales, breves y efímeros en el Espacio/Tiempo, pero nuestros máximos conjuntos o asociaciones naturales y lógicas de la Vida son extraordinarias en importancia y valor. Podemos ser buenos individuos, pero de poco servirá si no conseguimos ser buenos colectivos y, queramos o no queramos, humanos, terrestres y universales somos. Aunque podemos morir individualmente somos esta grandiosa agrupación: la Humanidad; por lo tanto ninguno morirá del todo, partes de nosotros, votos y pensamientos, quedarán vivos y extendiéndose por el Universo infinito. Ojalá todo autor o lector pueda comprobarlo y compartirlo: somos la Humanidad. Muchos lucharon por nuestras libertades democráticas y sufragios universales para que, entre otros muchos derechos y conceptos, pudieran llegar momentos o textos como el presente, mostrando una ciudadanía común y posible para todos los humanos libres. Una buena estructura de paz para la Tierra Libre.
 

1 comentario:

  1. Esto es interesantísimo, requiere estudio, pero por dios bendito, la creatividad humana no ha terminado, ni mucho menos. Gracias.

    ResponderEliminar